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22 de septiembre de 2016

A propósito de la primavera...

Por: Cristóbal Vargas Choque 
(Madrid )

La señal inequívoca de la llegada de los primeros brotes verdes, la daban las flores de los álamos, ellas dejaban caer sus amentos colgantes a la vez que, una especie de fino algodoncillo se desprendía de las mismas cada atardecer, provocando estornudos bulliciosos en las personas de aguda sensibilidad olfativa, los pájaros también trinaban con mayor vivacidad en tempranos amaneceres y finalmente, el rebote de la pelota, mas los golpes en el destartalado tablero de la canchita de basket, confirmaban el aumento paulatino de la temperatura en la región, atrás quedarían los días frígidos y ventosos del invierno chicheño.

Era tiempo de observación diaria en los rastrojos, la grama silvestre volvía a nacer luego de la última quema, las acequias llenas dejaban pasar el agua de riego, empezaba el barbecho, eran días propicios para recolectar de las k'urpas las lombrices de tierra. ¡Sí!, las K'iucas, formidable carnada para echar nuestros anzuelos en la laguna de los Bernal. 


Las varas de los sauces cambiaban diariamente su tonalidad hasta dejar entrever el verdor de sus tímidas hojitas; en el hermoso manantial los picaltultos- esas ranitas de color fosforecente, de patas más grandes que el cuerpo y sus ojazos desproporcionados con la diminuta cabeza- no sé si cantaban o silbaban mirando al cielo que se cubría pausadamente de nubes blancas similares a los coliflores.

Eran los días de una preciosa claridad, el cielo azul, el sol resaltaba la policromía de los cerros que a medida que transcurrían las horas parecían cambiar de tonos hasta la hora del crepúsculo, hora en que se escuchaba solitariamente a la primera chicharra prendida al tronco de los molles, echando sus notas que para algunos significaban un canto de amor y para otros un gemido de dolor.


Era en Primavera que tenía que aprender poemas alusivas a ella, para recitarlos en la hora cívica, el dibujo libre de las clases servían para colorear las flores y árboles, pintar el río de azul y de amarillo radiante el sol y por supuesto de rojo mis cerros. 


Era aquella, época de coronaciones en el reino de vecindad de mi barrio querido, un reinado que duraba un año indefectiblemente, era la fiesta más importante, bastará señalar que por aquel trono pasaron las más bellas flores que jamás ví. 


Era todo un acontecimiento, desde la mañana armaban la plataforma elevada y para ascender a ella unas gradas forradas de tapices, el trono en la cúspide y de fondo un manto inmaculado, cuidadosamente adornado de flores para asemejarse a un blasón medieval, colgado de los portentosos sauces de la Quinta, que era el lugar preferido por su espléndido verdor.

La corte la formaban las princesas, las damas y los pajes, las floristas, los guardias o alabarderos y el afortunado galán que entregaría el cetro, pondría la banda con dorados decoros y finalmente ceñiría la corona en la cabeza de la flamante soberana. 


El acto, era una escenificación a la usanza de los cuentos, cada uno de ellos era nombrado por un pregonero agarrado del pergamino, y al son de la afamada "Marcha triunfal de Aida" del genial Verdi, pasaban uno a uno a ocupar sus puestos. Las floristas, echaban los pétalos de rosas para alfombrar el pasillo por donde entraría a paso pausado la Reina. A su paso, los guardias uniformados elevaban sus sables o alabardas relucientes. Concluida la ceremonia empezaba la fiesta con un Vals a la que se sumaban todos. La fiesta se prolongaba hasta pasada la media noche con las melodías que estaban de moda.

Fue en primavera, en una noche festiva que me tocó recibir el picor inicial de esa Ch'ejua, pero no era furibunda como la que recibió el "Papucho del rico serrucho", no, más bien diría que se trataba de una traviesa e ingenua curiosa igual que yo y doy fe que, desde ese momento, la vida se ve de distinta manera, por eso desde aquel instante, visitaba puntualmente la gruta de la virgencita, pero no era para rezarla, sino para verla, porque allí llegaba ella, recibía su mirada y confieso que sentía mariposas en las entrañas.


Las coronaciones se sucedían por todas partes, una de ellas y muy hermosa era la de la reina del estudiantado y lo que también, añoro con cariño es la farándula estudiantil, donde dábamos rienda suelta a nuestra alegría los suipachistas con disfraces variopintos, una vez me encajé un uniforme camuflado y me pinté unos bigotes grotescos, pero las botas eran grandes en demasía, de tal suerte que iba de tropezón y jaloneo continuo, lo más divertido fue que cuando pasábamos cerca de la banda de música, el bombero me propinaba severos golpes con su mazo, refunfuñando: -"eso no es disfraz mono".


Reconozco que al principio me causó gracia, pero viendo la cara del uniformado vi por conveniente no acabar el trote y dejar de cantar: " Del Suipacha somos muchachos de gran cora..." Ja, ja, ja...

Felicidades a Los estudiantes, a los enamorados y a mi buen amigo Hugo Villegas (Tontochi) conocedor de estas lides de Primavera.

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