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2 de mayo de 2017

El Querendón

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De mis paisanos IX

La intensa emoción que se siente al llegar a Tupiza el "pueblito encantau", encuentra su antípoda en la angustia que experimenta él que después de disfrutar del valle, sus cerros colorados, los tamales, chicha y humintas, si es época de choclos, así como de la alegría de encontrarse y compartir con la familia y amigos, debe dejar el pago querido para reasumir sus obligaciones de estudiante, profesional u otras que debe cumplir allende el valle...


Y aquel año, la alegría del paisano (del Quintacho su tocayo), al arribar al pueblito encantau en las vísperas del sábado de carnaval, solo fue superada por la algarabía de compartir con los amigos y la familia (obvio microbio),  durante el transcurso del carnaval en medio de grandes libaciones, comilonas, bailes y cantos propios de la fiesta carnavalera, como éste que a voz en cuello solían entonar los Mal Paso:
Lalaralala, laralala, laralala...
Sábado bailaré, domingo cantaré
Lunes farrearé, martes ch'allaré
Miércoles de ceniza, domingo es tentación...
(extracto de la Morenada del Mal Paso)
Pero con el domingo de tentación, también llegó para pesar del paisano, el día en que debía partir, hecho que trató de pasar por alto, pues mientras la señora y los chicos alistaban maletas, él se afanaba en preparar los ingredientes para la parrilla y el festejo: Vinos y singanis, carne y chunchullas; choclos, papas y habas cocidas; tomate, cebolla, locoto y el infaltable queso de cabra, para preparar el soltero de media mañana.

¡Lindo pues, se había chupau el paisano! Cantó, bailó, bebió y comió cual si fuera "la última vez Catalina". Tanto así que calculando que ya se acercaba la hora en que arribaba el tren del sur que debía trasladar al paisano su consorte y vástagos hacia el norte, la doña se dio mañas para llevarlo bailando, seguidos de las parejas de amigos y parientes, cual si de una comparsa más se tratara hacia la vieja y querida estación.

Pero que lo lleven bailando y lo tengan cantando  y bebiendo en la estación, fue una cosa muy distinta de la situación que se dio cuando arribó el tren y trataron de convencer al paisano de subirse en el. Vanos eran los ruegos de la esposa y los hijos, así como las promesas de los amigos (que prestos se brindaron a acompañarlo hasta Atocha), de continuar la farra en el coche comedor.

No había modo de hacerlo subir al coche, en el cual, las maletas, maletines y avíos estaban ya acomodados.  La señora pasó del trato amable a las voces de mando (condimentadas con ajos y cebollas), los chicos le jalaban y los amigos empujaban por la espalda, mientras él aferrado con ambas manos a los pasamanos de la puerta de entrada al vagón y con los pies firmemente apoyados en el primer escalón del mismo, se resistía al tiempo que con una voz salida de dónde brota el sentimiento mismo y casi con lagrimas en los ojos entonaba:
Unos se van para el cielo, otros se van pal infierno,
unos se van para el cielo, otros se van pal infierno.
Yo seré la savia regia del árbol tierno,
Yo seré la savia regia del árbol tierno.
Si tanto quiero a mi tierra, cómo quieren separarme,
Si tanto quiero a mi tierra, cómo quieren separarme...