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11 de noviembre de 2018

De corceles y galopadas...

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(07/11/2018 14:48)

No sé como empezar este relato que me da vueltas por mucho tiempo, es como si algo pretendiera ser dicho, pero que se va escurriendo en ideas y recuerdos, como queriendo irse o también reclamando que se le tome en cuenta... me obliga a hacerlo por lo que significa para mí y posiblemente para otros a quienes nos une el especial vínculo de cariño con este magnífico amigo, con el que nuestros ancestros tuvieron que ver. Desde luego con las disculpas de antemano y con el riesgo de caer en omisiones y equivocaciones, se los presento...

Todos los días apenas amanecía iba a casa de mis padrinos, estaba a la vuelta del mismo manzano donde mi ausente padre había construido la humilde casita donde crecimos, frente a la casa de ellos muy cerca de la quebrada tenían un enorme corral hecho de robustos troncos de churquis, molles, sauces, maderos y espinos como un fortín, donde dejaban sus asnos y caballos los comunarios que diariamente llegaban con cargamentos de leña, carbón, cereales, frutas, quesos, eran el medio de transporte generalizado del área rural; ahí, junto a la puerta estaba aquella piedra que parecía un trono desde donde yo contaba los burros y caballos que ingresaban al corral hasta la hora de ir a la escuela.

Otras tantas veía en frente de mi casa, parados a los caballos, amarradas las riendas en los postes del tablero de basket como si de palenques se tratara, seguramente ya no cabían en el corral de la quebrada.

En días festivos como Reyes, podía apreciarse una gran cantidad de corceles y muchos otros equinos debajo de los frondosos sauces de la Quinta al borde del río, otros tantos detrás de la SABA, muy cerca a la orilla donde vivía el señor Cecilio Lozano y también en la entrada del callejón de Remedios.

Ciertamente, el caballo es un animal que posee mucho enigma, verlo detenidamente cautiva, su tamaño es imponente,de aspecto atlético, robusto y tan solo sujetado en esas extremidades aparentemente frágiles y delgadas...

Me pasaba horas observándoles, ellos me miraban con cierta desconfianza haciendo movimientos de abajo hacia arriba con sus robustos cuellos y piramidales cuadrangulares cabezas, algunos golpes con sus cascos delanteros a manera de intimidación, cuando recobraban la quietud, su sensible lomo temblaba bajo la incesante porfía de las moscas que recibían, de rato en rato, su merecido latigazo propinado por la abundante cabellera de sus colas. No dejaban de mirarme como si sintieran lo que pensaba.

En varias ocasiones mi madre se quedaba absorta contemplándome tan embelesado por los caballos, luego rompía su silencio con un: -"Vamos rápido, deberías recoger un poco de chala por lo menos para dar a estos pobres animales en vez de estar como sonso parado delante de ellos"- Aquella intransigencia mía por acercarme a estas criaturas hermosas quizá le animó ese día a mi vieja a contarme sobre el caballo de mi padre...

-Él era un lindo caballo, negro de capa con una mancha blanca en toda la frente- orgullosa afirmaba: -¡era un bello lucero!, ¿has visto en la cajetilla de cigarros Derby?... -igualito era"... -Se llamaba "Loro"- ... súbitamente se quebraba la voz de mi querida madre. Entonces le pregunté qué fue de la suerte del "Loro"... -Lo hey vendiu, es para mucho cuidado, mucha estima, tener un caballo hijo, no es así no más- él sufría mucho la ausencia de tu papá, no comía como antes, clarito era, estaba triste por la muerte de su amo"...debe estar mejor viviendo entre otros caballos... no quiero ni acordarme"... y se secaba las lágrimas con la manga de su blusa para luego acomodar su sombrero...

Desde aquel día cuando me encontraba solo en casa me gustaba hurgar aquel lugar donde había todavía enseres u objetos de caballeriza, unos fierros que iban a la boca, decían frenos, algunos lazos que perdían su flexibilidad, estribos y espuelas, me gustaba hacer girar aquellas hostiles y afiladas estrellitas, ya no había la montura, muchas herraduras y cepillos, clavos y alforjas; cada vez que limpiaba aquel lugar mi madre, repetía: -todo esto se está dañando con el tiempo, lo voy a ir a cambiar por lo menos con maíz o harina.. "el otro día ley ofreciu a don Juan, me ha queriu dar miserias, se aprovechan de la ocasión, si tu padre viviera nada de esto estaría aquí".

Años después, en una ocasión en que íbamos a Oploca caminando por las vías del tren, en inmediaciones de la preciosa laguna de los Bernal, sentí los hondos resoplidos de un caballo que se puso repentinamente en pie, daba golpes con sus delanteras en el terroso lugar cerca al verde y amplio alfar, un apenas perceptible relincho llenó el aire por donde caminábamos con mi madre, ella se tapó los ojos con su manta y echó a llorar, secando sus lágrimas dijo con profundo sentimiento: "Es el Loro", tenía una pata trasera sujetada a la estaca apenas visible entre la hierba, -Vamos, me apena esto- dijo, me cogió de la mano y apuró los pasos... sentí que era un reencontrarse desde mi nacimiento y que el caballo olfateaba mi olor de niño.... me daba la vuelta y el hermoso Negro todavía se movía de un lugar a otro... para no sentir la fatiga del caminar o disipar sus penas mi madre se mostró muy dispuesta a hablar, me contaba que lo habían adquirido apenas cumplidos los cuatro años, antes de ser domado por el tío León Ángelo, el más hábil domador de su natal Oploca...

"Era el año 49 apenas retornamos de las minas", decía que le gustaba comer maíz de la mano de mi viejo, que era tan dócil e inteligente que se quedaba a cuidar a mi hermana mayor cuando era bebé debajo el molle, mientras ellos hacían las faenas de la chacra... "la hacienda por entonces era linda, había de todo... no como ahora con unas cuantas vacas flacas y la mitad de los terrenos sembrados, había mucha gente" Concluía.

Aprovechando su disponibilidad a hablar le pregunté: ¿y por qué le llamaban Loro?, - Tenía el hocico muy encorvado hacía la boca, parecía el pico de los loritos, -Le volvía la sonrisa a mi querida vieja...

Desde aquella charla amé mucho más a los caballos, me gustaba ver al primo Daniel Ángelo -que tendría unos pocos años más que yo- montar con gran habilidad su hermoso bayo, lo mismo que Zacarías al brioso moro, no hacía falta montura, a pelo, sin bozal ni riendas, sujetado al hermoso crin oscuro con las dos manos, iba inclinado dando cariñosos golpes con la mano muy cerca de la cabeza para hacer los giros, apretando con fuerza con las piernas el robusto tórax para detener el galope, el trote o el paso....con los diez años de edad por primera vez monté un caballo y no he olvidado nunca aquella sensación especial guardada en mi memoria sensorial o episódica.

Los años venideros cada vez que podía iba aquel lugar donde pastaba el "Loro" me parecía ver sus lágrimas en las mías al alejarme de él mientras sacudía su cuello con soplidos sonoros de sus ollares y belfos... hasta que dejó de pastar en los alfares delante de los cerros rojos de Palala Alta. Nunca más volví a ver un caballo similar.

El ancestro de estos formidables animales estaría en Norte América, hace más de 6000 años, habrían sido más pequeños y que pasaron para Asia, a las estepas eurasíaticas de Mongolia, milenios después llegaron a África con los tamaños y características actuales, luego a Europa y finalmente con la conquista española retornaron a sus orígenes, fue incorporado a los nativos y criollos estableciendo una relación simbiótica al punto de lo impensable, eximios jinetes y hábiles amansadores entendieron más que un compañero de ruta, como verdadera extensión de sus propias personas. Debido a su espíritu libre formó junto a otros fugados grandes manadas asilvestradas dando como resultados otras variedades como los cimarrones y pintos cambiando el colorido de las llanuras de Norteamérica, allí donde se pierden en relatos y filmografías, grandes jefes indios llevaron su nombre, como "Caballo Loco" legendario guerrero sioux. No se entendería al Gaucho sin la Pampa y su caballo, ni a los legendarios Chichas de los años de la independencia sin sus corceles criollos en malones temidos.

Qué sería un tablero de ajedrez sin la presencia de los caballos, ¿se entendería Troya sin la figura del caballo? o de su mirada aterrada en el Guernica de Picaso, sin el rocín o Rocinante a Don Quijote, ¿qué sería de Alejandro Magno sin Bucéfalo?, apenas serían poco El Zorro sin Tornado o el LLanero Solitario sin Plata, o ¿Patoruzú sin su Pampero?... y así podríamos llenar páginas y páginas nombrando a excepcionales, trotones, jamelgos, albinos, jacos, moros, tordos, alazanes, azabaches, pintos, overos... o inmortalizar las grandes hazañas como aquellos estupendos caballos criollos de la pampa argentina, de nombres "Mancha" y " Gato" que emprendieron la travesía formidable de partir desde Buenos Aires en Abril de 1925 y concluir tres años y más después en Nueva York en Septiembre de 1928, conducidos por el Suizo Aimé Tschiffely, que con seguridad que llevaron impregnados en sus cascos el polvo del suelo chicheño por donde pasaron... A pocos animales le debemos tanto como a esta fantástica especie.

Inspirador de odas y versos sueltos, la poesía gauchesca es un deleite a este respecto, infinidad de coplas se elevan en los aires del pago: "Subite a las ancas Marcelina, churo vamos a galopear"; "Galopiemos a caballo la última vez Catalina!; " Mi caballo es caballero no quiere comer cebada, se sienta en una mesa y pide tomar cerveza"; "Cuando en mi caballo moro viday... al río me la llevé"; "Pi'spity gallo monta caballo, con sus gallinas vive feliz"; "Y mi burro le persigue, le persigue al cara y yegua, pobrecito si le pilla, le hai de hacer saltar la lengua"... Sonados sobrenombres como "El Caballo Tejerina", o Boliches como el Potrillo, el apodo del gran Horacio Guarany:"El Potro" o el nombralo con justicia a Jorge Cafrune como: "El Galopeador contra el viento"...

Y no puedo dejar de mencionar a los bravos chicheños en las distintas intervenciones a caballo desde los días de Suipacha, Cotagaita, Iruya, Tumusla, de Asencio Padilla y Juana Azurduy, Moto Méndez, Pedro Arraya, Güemes... en los conflictos bélicos de Ingavi, del escuadrón francotiradores con Rufino Carrasco en Tambillo, los cientos de ejemplares criollos con los distintos regimientos en las ardientes arenas del Chaco como el Regimiento Chichas 7 de Caballería...

Este sentido texto para todos los paisanos que admiran a los caballos, los potrillos, a las yeguas y potrancas, mulos y humildes asnos... En memoria de Nomar Chávez el paisano jinete en los cielos, para Luchito Sivila que tan bellamente describió la amistad nacida entre fraguas para forjar herraduras, monturas, faldones, cinchas, hebillas, bridas. lazos estribos, bridas, taleros, mates y guitarra evocando a "Saltarín" el magnífico alazán en "Aras del Relincho"... para Canducho Ayllón el formidable jinete que nos representa en concursos hípicos, para el buen amigo Perno Ariste, para Gustavo Ángelo, para el P'esko Oropeza y por supuesto para mi viejo Agustín Vargas Ángelo y mis hermanos.

Aquí formaste parte, de mi vida, De aquel pasaje, por mí ya vivido, Aquellos años, de la fantasía, y yo aunque pase el tiempo, no te olvido. (Pedro Ruiz López)