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11 de noviembre de 2004

El Primero


Permítanme iniciar las actividades de este rincón con esta reseña que escribió nuestro gran poeta chicheño el Dr. Oscar Vargas del Carpio, para recuerdo nuestro (tupiceños y chicheños) y que nos conozcan los amigos del mundo entero.
(publicado en www.los-chichas.com

Dr. Oscar Vargas del Carpio
TUPIZA HISTORICA Aquel pueblo, mi pueblo, nació sin remedio y sólo el esfuerzo y la fe de sus hijos, su trabajo y amor, lo convirtieron en una ciudad que ellos mismos, orgullosos y ufanos, bautizaron como “La Perla de Los Chichas”. 

Bordeando sus dos únicas calles, larguísimas, aproximadamente de un kilometro cada una, lo creemos, se levantaron las humildes casas de adobe con techo de barro, pocas con tejas y calamina, todas o la mayoría para no ser muy mentirosos, pulcramente rebocadas con estuco o cal y pintadas de diferentes colores por el diligente brochazo de sus dueños, acompañados siempre del numeroso conjunto de hijos –hombres y mujeres, que no hay sexo para la necesidad y el trabajo-, que desde temprano se esmeraban en sus tareas y repintaban cada seis de agosto, o cada siete de noviembre, el día de la Patria, el uno el otro rememoranza del glorioso triunfo en la Batalla de Suipacha, junto a las tropas del Primer Ejercito Auxiliar Argentino y al mando del guerrillero entrañable: don Pedro Arraya al que un día fusilaron las oligarquías que él, sin saberlo, ayudara a apoderarse de nuestra nación.
Esas calles de tierra, que tardaron muchos años en ser empedradas, y que un día una Empresa Minera hizo cubrir nuevamente de tierra porque dizque el empedrado gastaba demasiado las llantas de sus camiones en la “columna” que semanalmente acarreaba el rico mineral de estaño que daba la mina; la “Rosa de Oro”; en esas calles de tierra, decíamos, con aceras más o menos decentes, -las de loza o cemento lo eran en las casas de los ricos o de la pequeña “hai laf” de mi pueblo,- transitaba todas las mañanas un viejo carretón arrastrado por una mula cansina, recogiendo los tachos de basura que muy modestamente producía la población de 4 ó 5000 habitantes que en sus orígenes poblaba mi pueblo... 

También en esas calles polvorientas jugábamos los niños junto a Víctor Agustín Ugarte, -el después llamado “Maestro del Fútbol Boliviano” -, Alfredo Domínguez, el gran trovador cantor, y Gastón Suarez y Oscar Eguia y los hermanos Barrientos, los mismos Bernal y tantos otros que escapan al recuerdo, corriendo eufóricos y descalzos detrás de la pelotita de trapo hecha con las medias usadas de nuestras madres. En mi pueblo siempre hubo muchos niños, yo diría que demasiados, aun ahora con sus 30.000 habitantes, tiene una población infantil mayor al cincuenta por ciento, donde muchas veces, casi siempre, faltaba la lagua o el puchero, a que nos acostumbraran nuestros paisanos que volvían de la zafra Argentina, -el corte de caña- y que después de recogida su cosecha se iban a ganar algunos pesos, volvían con un castellano un poco gaucho y buenos centavos de tuberculosis en los pulmones... 

 II

Pero no era sólo eso mi pueblo, cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos, que dicen los historiadores, porque es evidente que existió mucho antes del descubrimiento de América y que la Cultura Chichas, que al principio nosotros creíamos sólo proveniente de la circunscripción chicheña de nuestros antepasados, los indios “Chichas”, resultó siendo toda una civilización que irradió al Norte Argentino, el oriente boliviano, Chile y aún Ecuador, como nuestros investigadores vienen descubriendo para nuestro legítimo orgullo.

No, también fue un milagro geológico de la naturaleza que un día abrió en una gran puñalada el monorrítmico altiplano boliviano y, en ese tajo, estableció Los Chichas, milagro de verdor, de cerros rojos que Enrique Baldivieso, uno de nuestros hijos preclaros, bautizó como el “incendio petrificado”, y de un río cantarino que cuando se encrespa arrasa con sembradíos, árboles, ganado y, casi siempre, descuidados campesinos agricultores que mueren en el holocausto y que nosotros solíamos mirar desde las orillas, con temor y profundo respeto...

Y es su gente, su sencillez y su alegría, y son sus jinetes que hicieran famosas sus cabalgaduras en la guerra con Chile, Paraguay, Ingavi y otras con las que nuestros hermanos-vecinos, nos fueron cercando paulatinamente nuestro territorio... Son los cuentos, las coplas, las canciones y la belleza de nuestras mujeres y esos carnavales que ojalá volvieran para que todo el pueblo baile con ellos.... Y somos nosotros, los chicheños y tupiceños que, aún lejos de la tierra, de nuestro pueblecito querido, repetimos:

He de volver un día,
pueblecito querido,
a bañarme en tu río
y a gozar de tu sol,
a solazarme el alma
ante tus cerros rojos,
y llenar mis pupilas
de tu luz y verdor...

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