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2 de octubre de 2025

¡Ay, hijo!

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Estos días en que los recuerdos de lo bueno y lo malo, más de aquellos, se amontonan y pujan por salir, aparecen los pendientes, lo que no dijimos y lo que no hicimos, pero prevalecen como debe ser, las cosas agradables que compartimos como el partido de Boca que vi contigo y mis amigos, en un boliche del centro paceño cuando aún me gustaba el fútbol y que tú te empeñabas en recordarlo como nuestro momento. 

Están también las veces que me pediste enseñarte cómo usar alguna herramienta (el taladro, la amoladora o la sierra caladora) y la vez que en tu afán de ayudarme solicitaste que te explique cómo podar la enredadera. ¡Qué jodido!, dijiste luego y ahora, ya no podré enseñarte a manejar la moto de caja mecánica como estaba en nuestros pendientes.


Prevalecen en mis recuerdos tu hidalguía y coraje para reconocer los errores y pedir disculpas, algo que es difícil de hacer para la mayoría de nosotros los mortales, cosa que admiro de ti y te lo vuelvo a decir ahora que ya estás en otro plano, el de la inmortalidad de nuestros recuerdos. 


¡Ay, Tincho!

Cómo pudiste pensar que no te quiero, cuando de hecho eres querible como seguro jurarían ahora mismo tus amigas, tus amigos o tus hermanos. ¡Joder, hijo!, no acabaste de  entender que  ninguno de mis tres hijos, podía ser el preferido, ni que el trato con cada uno es diferente como diferentes son los tres. 


Cómo no quererte, cuando te vi tres días tratando de arreglar, como te había explicado, la manguera para regar el jardín de tu mamá y, finalmente, viniste a contarme que lo habías logrado.


¡Ay, Tincho!


Te había dicho que lo más grave que nos podía pasar ante el jodido momento que pasamos con la enfermedad de mi esposa, tu mamá, era que además, mi mamá (a quién querías tanto y te quiere, y ya no recibirá en Tupiza la visita que le prometiste) también se enferme y no sepamos qué hacer para atender a ambas.


Qué equivocado estaba, hijo, eso no es ni remotamente lo peor que le podía pasar a nuestra familia. Lo es este terrible momento en que debemos asumir el dolor de nuestra despedida y que ninguna de las dos lo sepa. 

 

¡Ay, Tincho! 

Despedimos aquí tu presencia física, pero tú permanecerás por siempre en nuestra memoria y sí, estoy con la misma camisa negra que usé la vez que celebramos y te despedimos cuando dejaste nuestra casa en busca de tu felicidad.


¡Ay, Tincho!


Si a pesar de nuestra creencia o la falta de ella (cosa que también tenemos en común) encuentras que estamos equivocados y existe vida más allá de la vida y un ser supremo que todo lo puede, pídele que me ayude a llevar de la mejor manera posible, la terrible y jodida tarea que me dejas de tener que decirle, cómo hacerle entender a tu mamá que fuiste tú quien partió primero que nosotros. 


¡Ay, hijo! 

Cómo no te iba a querer…, parte tranquilo, sé feliz si hay, como dicen, algo en el más allá y descansa en paz que tus hermanos, nuestro perrijo el Lukitas y yo cuidaremos de tu mamá.


¡TE QUIERO MUCHO, LEO MARTÍN!


Este texto fue leído con motivo del sepelio de mi hijo, Leo Martín, en el Cementerio Jardín de La Paz, el 5 de octubre de 2024.